viernes, 20 de septiembre de 2013

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA INVISIBILIDAD DE LA TRADUCCIÓN: DOS VISIONES. (Parte III y última)

3. Textos, khora y responsabilidad


Los textos nacen preñados de significaciones que intentan inculcar en una cultura con un skopos particular. De este modo, cuando entran en relación con otros textos (las traducciones) también intentan ejercer su labor bajo un skopos diferente. El texto traducido, no obstante, no consigue liberarse completamente de sus propias ataduras y pasa a formular sus propias leyes. Éstas suelen estar asociadas a relaciones culturales que se pueden analizar siguiendo las relaciones políticas y económicas entre las diferentes culturas (cf. Lambert; Jacquemond 1992). La traducción supone para los textos una modificación del entorno de su producción. No obstante, no habrá que pensar que éste es un desplazamiento que implica una traición hacia un texto supuestamente original. Dos razones:

1.  Los textos surgen como textos de otros textos, como relaciones, como comentarios, como citas de textos que en muchos casos se han perdido o que hemos olvidado. El texto es un género polifónico que emplea cientos de lenguas y habla miles de voces.

2.  Cualquier texto ha sido traicionado una vez que se ha emitido o se ha escrito. Como antes señalábamos, ningún texto disfruta de la univocidad y, por lo tanto, nos encontramos ante estructuras que pueden llegar a oponerse a sí mismas dentro de su propia lengua (no es necesario recurrir a la traducción para hablar de traición).

 Me gustaría ampliar un poco más este segundo punto ya que puede que la cuestión no haya quedado suficientemente clara. Cualquier texto, por el simple hecho de haber sido producido (escrito o oral) ya ha entrado en el juego de las diferencias, en el juego diseminante que lo sitúa en el margen en lugar del centro, un juego de diseminación que no tiene lugar, o lo que es lo mismo, tiene el margen, el khora, el lugar que no es lugar, que no está ni aquí ni ahí:
After these precautions and these negative hypotheses, you will understand why it is that we left the name khora sheltered from any translation. A translation, admittedly, seems to be always at work, both in the Greek language and from the Greek language into some other. Let us nor regard any of them as sure. Thinking and translat­ing here traverse the same experience. If it must be attempted, such an experience or experiment [expérience] is not only but of concern for a word or an atom of meaning but also for a whole tropological texture, let us not yet call it a system, and for ways of approaching, in order to name them, the elements of this "tropology." Whether they concern the word khora itself ("place," "location," "region," "country") or what tradition calls the figures-comparisons im­ages, and metaphors-proposed by Timaeus ("mother," "nurse," "receptable" "imprint-bearer"), the translations remain caught in networks of interpretation[i].
En este juego en el que entran los textos no sólo tiene que ver con una relación atomista del significado sino con una “textura” tropológica que “permanece atrapada en las redes de la interpretación”. El/La Khora como ese lugar de interpretación que no tiene lugar. Khora, como lugar que no tiene lugar, sería una posibilidad de interpretación que se abre en mil lugares. Así, los textos, formas nacidas de la différance y portadoras de la diseminación, entran en un juego de significados que supera el espacio y el tiempo.

Son bien conocidos ejemplos como el “Quijote” o la filosofía de Nietzsche. Sus interpretaciones han sido tan diversas que cada época ha disfrutado de su propia lectura y cada ideología le ha dado su propio cariz. No en vano, los textos de Nietzsche han sido tan traídos y llevados que han sido considerados la producción de un loco, obras fundacionales del nazismo, obras claves del pensamiento filosófico, literatura, etc. Para la traducción, todo ello significa que el texto entra en un doble juego de responsabilidades: el receptor y el productor. Para disipar cualquier duda sobre Nietzsche como epígono del nazismo, no sería suficiente con rememorar alguna frase de éste en la que se enfrentase frontalmente con este tipo de ideologías, antes bien, Nietzsche ya habría quedado desprovisto de cualquier posibilidad de interpretación autoritativa porque sus textos han pasado a la dimensión de “texto de otros”. Su responsabilidad ya no es para con el texto sino para con sus interpretaciones porque el autor no es responsable de lo que ha escrito sino de las interpretaciones de los otros. Sin duda, algo existe en el texto que permite esas interpretaciones (aunque también debemos reconocer que cualquier texto puede ser desmembrado para acomodarlo a una ideología). Sin embargo, no es posible hacer que esa responsabilidad caiga sobre Nietzsche ya que la única posibilidad que le quedaría a los autores en general sería el silencio o el anonimato para huir de las redes de la interpretación. 

Cuando un traductor se enfrenta a Nietzsche deberá tener en cuenta sus responsabilidades ante su lectura (historia de las interpretaciones) y su escritura (creación de historias): esto es, dado que el traductor recoge las interpretaciones previas y las somete a oposiciones y tensiones con el “traductor”, su “cultura y “entorno”, recibe al mismo tiempo un texto “uno y otro” que se ha ido desgastando con las lecturas anteriores; y, dado que en su escritura deberá ser “fiel” a un original, deberá elegir la fuente de su “fidelidad”. Todo ello porque la fidelidad es la responsabilidad del traductor. No obstante, la fidelidad queda reducida a una acción puntual ante un texto concreto ya que toda fidelidad es evaluación de otras “fidelidades posibles”. Es decir, la fidelidad elegida por el traductor no será más que una entre las muchas que podría elegir; del mismo modo que su traducción será una de las muchas traducciones posibles de un texto determinado.

De esta forma, el traductor se ve ante un juego de diferencias similar al del autor. También aquél tendrá que soportar posteriores lecturas (históricas) de su texto traducido. Sin duda alguna nos encontramos ante una “traición fiel”, es decir, a) (traición) como toda lectura, como toda emisión, la traducción traiciona al original y se traiciona a sí misma; b) (fidelidad), como escritura, la traducción elige una entre todas sus posibles fidelidades y traiciona al resto.

Así, el texto emitido comienza a tomar una vida propia. Se convierte en un nombre que se va cargando a lo largo de su historia de un gran número de rasgos e influencias. De esta forma, el acto de escribir y de hablar es el acto de nombrar. Como el niño que comienza a balbucear sus primeras palabras, el escritor que garabatea en su papel busca un nombre. Más aun. Intenta buscar su propio nombre.
Sin embargo, buscar o buscarse un nombre no se limita a la emisión de signos que se refieren a realidades, como escritores y hablantes siempre debemos preguntarnos por la responsabilidad de nombrar. Como traductores también nos vemos inmersos en las tensiones de los nombres. Responsabilidad, decimos, porque nuestros nombres sólo son nuestros en el acto de nombrar y, a partir de este momento, pasan a ser nuestros y de otros, de todos. Así, el propio poeta puede descubrir, al cabo del tiempo, datos que él no había introducido conscientemente en su texto. Así, cada lector introduce sus propios juegos intertextuales y sus conocimientos del autor y del texto (su historia de interpretaciones) para reconstruir un significado posible.

La traducción de textos se podría equiparar con la traducción de los nombres propios. Traducir significa transplantar aquello que por esencia aparece oculto (paradoja de la traducción). “Nombre propio” es todo texto. Traducir significa arrancar un nombre propio y situarlo en otro marco. De esta forma, los textos surgen como una necesidad de nombrar, de obtener una marca. Sin embargo, en el mismo acto de nombrar, el nombre propio se vuelve contra nosotros y pierde la mayor parte de su significado. Es algo tan viejo como el mito de Babel: creemos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra. No obstante, Dios no puede permitir que el hombre (al que ha dado el poder de nombrar) obtenga un nombre único, un nombre que (en su propio uso) se podría llegar a convertir en un subterfugio del hombre para suplantar a Dios.

El propio nombre propio de Dios es YHWH, nombre en esencia impronunciable, el innombrable de los judíos. Nos encontramos ante el nombre propio por excelencia, ante la referencia que no busca el referente sino un nombre propio que indique y señale por desplazamiento.

Así, Dios baja y confunde las lenguas y los labios para que haya discordia entre los hombres del mismo modo en que había creado una disputa eterna entre la mujer y la serpiente (tú le morderás el tobillo y ella te pisará la cabeza). Esta confusión supone, al mismo tiempo, la pérdida del Nombre Propio y la búsqueda de los nombres propios. Es decir, a partir de este momento (multitud de lenguas) los hombres intentarán nombrarse a través de sus palabras ya que han perdido el “nombre propio” que los hubiera podido llegar a nombrar: un ataque de celos divinos de “el-que-no-tiene-nombre” y que impone su voz (labios dispersos). El hombre-tras-Babel se ve condenado a la búsqueda de una fórmula que lo defina, una realidad lingüística con la que pueda expresarse la confusión de la que ha partido.

En definitiva, el nombre propio sitúa al traductor ante la disyuntiva del posibilismo o el relativismo en la traducción. Parece simple: ¿es posible traducir lo que aún no se ha expresado, lo que quizás nunca se llegue a expresar?; ¿es posible no traducir?; ¿cuál es el referente del nombre propio en la era post-Babel?; etc.

Esta necesidad de definir el nombre parece que impulsa al escritor a contar una y otra vez historias. Historias que no sólo intenten definir su propio nombre propio, sino que también se aproximen a lo nombres de países, historias, gentes, etc. Todo intenta buscar su nombre propio. Y el escritor es uno de esos individuos que se ha lanzado en una búsqueda incansable de “algo”. Especialmente el poeta es un individuo en busca de definición y, en la mayoría de los casos, cada uno de los nuevos poemas que salen de su mano no son más que reescrituras de otros poemas en busca de un nombre último. Sin embargo, la consecución del nombre propio supone un efecto más de la invisibilidad. El nombre propio produce un efecto transparente de referencia perfecta. No obstante, aunque en cierto modo (por la transparencia) los nombres propios fundamentan la traducción, esto no quiere decir que la traducción sea equivalente o fiel sino que, simplemente, es traducible.

4. Conclusiones

En el presente artículo hemos intentado revisar uno de los conceptos clave de la teoría de la traducción en los últimos años. Para ello, lo hemos puesto en relación con diversas teoría del lenguaje y con enfoques culturalistas de la traducción.

Uno de los principales objetivos de este artículo ha sido llevar el concepto de la “invisibilidad” del traductor hasta nuevos límites y hacerlo entrar en contacto con otros ámbitos para que por medio del roce surjan nuevas posibilidades. En nuestra crítica hemos intentado examinar dos implícitos que se ocultan tras la invisibilidad: la invisibilidad como una fuerza de control cultural y dominio entre culturas; y la invisibilidad como garante de una fidelidad a un significado último. En nuestro análisis de ambas afirmaciones recogidas en el concepto de invisibilidad y transparencia hemos intentado presentar una crítica de los presupuestos de la teoría de la traducción tradicional. De esta forma esperamos que el campo de la teoría se expanda más allá de las simples relaciones entre pares de textos, pares de lenguas, expresiones, etc.

De un modo similar, hemos hablado de la responsabilidad del traductor como individuo que busca una traducción posible entre traducciones posibles. Como ya hemos dicho esas traducciones posibles no sólo recogerán un sentido del original (si fuera posible) sino que además incorporarán los elementos (comentarios, citas, discusiones,…) que hayan surgido en torno a ese texto a lo largo de la historia (creándose por medio de la traducción un nuevo comentario).Dentro de esta última línea hemos intentado desarrollar brevemente algunas ideas sobre la responsabilidad del traductor en relación con la responsabilidad del autor. Aunque en su libro Lawrence Venuti no lo señale, la invisibilidad también es una forma de evitar las responsabilidades de la traducción. De esta manera, el traductor se enfrenta a la traducción de una forma diferente: por una parte, puede liberarse en su tarea ya que su nombre no aparecerá en la página junto a su traducción (evidentemente se arriesga a cometer errores); por otra parte, puede ejercer el juego de la diferencia con el texto y proyectar estas diferencias en el texto traducido. Es probable que, según la nomenclatura de Venuti, tengamos que llamar a este procedimiento “invisibilidad visible”. Al no aparecer el nombre del traductor al pie de la página, éste se puede sentir más audaz y jugar tanto con el original como con la traducción. De esta forma podríamos llegar a un producto final similar al que obtuvo I. U. Tarchetti al verter al italiano un texto de Mary Shelley (cf. Venuti 1992 y 1995). Como explica Venuti, Tarchetti recurrió a la visibilidad total ya que eliminó completamente la autoría original y publicó un texto traducido como propio. Sin embargo, también existe la posibilidad contraria: es decir, el autor original publica su texto como traducción ya sea para escapar de la censura y protegerse, ya sea para apoyar las ideas expresadas en su texto mediante el recurso a una fuente que no existe o que se ha perdido.

Esta posibilidad de “invisibilidad visible” apenas ha sido analizada en los estudios sobre traducción (Lefevere, 1992).  Sin ninguna duda supone uno de los campos más interesantes dentro de los estudios sobre traducción ya que representa no sólo una análisis de los textos desde el punto de vista de la traducción, sino también de la crítica literaria, la teoría de la literatura, la edición, el marketing, etc.




[i] Jacques Derrida, Khora en “On the name”, de. Jacques Dutoit, Meridian: Crossing Aesthetics, Stanford Univeristy Press, Stanford, 1995, pag 93.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA INVISIBILIDAD DE LA TRADUCCIÓN: DOS VISIONES. (Parte II)

(Continuación de la anterior entrada ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA INVISIBILIDAD DE LA TRADUCCIÓN: DOS VISIONES. [Parte I])

1. TRADUCCIONES DOMADORAS

André Lefevere afirmaba en un artículo de 1988:

Translating aspects of one culture into another is never a simple semantic substitution. Rather, the self-images of two cultures come to bear on the matter and clash over it... Translation, therefore, can teach us about certain aspects of a culture at certain stages of its evolution.[i]
 La traducción tiende a tomar sus normas y estrategias del ambiente sociocultural en el que se realiza. En la actualidad, en la aldea global dominante, la traducción comparte una tendencia universalizadora y aglutinante al mismo tiempo: “universalizadora” porque tiende a crear una cultura global que pretende no saber de culturas y, por el contrario, “aglutinante” porque supone una mayor facilidad de creación de fuerzas culturales centrípetas en ese mundo global.

No obstante, también surgen voces que llaman a una traducción (en un sentido más amplio) extranjera en la que se recojan voces nuevas y desconocidas. Una traducción que no se vea absorbida en una cultura sino que continúe el juego diseminante que diseñó el autor original. Nos encontraríamos ante una traducción que no intentaría “convertir en alemán lo griego, indio o inglés en vez de dar forma griega, india o inglesa al alemán”[ii]. Esta nueva estrategia intentaría mostrar las tensiones que surgen en los textos dentro de sus culturas y abandonaría la invisibilidad para recurrir a la visibilidad, para que el texto no sea fluido a los ojos del lector y, de esta manera, éste sea testigo de las fuerzas que operan en el texto original. Así, la traducción no sería tanto un hecho textual como un  hecho cultural en el que los textos sirven de fuente para el aprendizaje de una cultura y no para el narcisismo cultural de la civilización occidental. La historia cultural de los países occidentales nos ha enseñado la continua tendencia aglutinante y de absorción de sus sistemas culturales. Las periferias resultan atraídas al centro por medio de un efecto de transparencia y pierden sus connotaciones revolucionarias y de tensión hasta que crean un nuevo centro “atraído”: es decir, el primer centro sólo atrae de la periferia aquello que por medio de la transparencia puede ser absorbido, modificado y traducido según los cánones establecidos por el centro. Desde el punto de vista de la teoría de los polisistemas, el centro sólo permanecerá en su situación privilegiada si es un centro dinámico y permeable a lo que sucede en su periferia. De no ser así, el centro se convertirá en una estructura rígida que finalmente quedará fosilizada y se verá desplazado por las periferias que le rodean. No obstante, en la actualidad estamos asistiendo a un nuevo modelo de polisistema en el que el dominio de la llamada “sociedad de la información” supone no sólo apropiarse del centro y empujar hacia la periferia todo movimiento contrario a la ideología dominante, sino también apropiarse de la propia periferia para, mediante un proceso de alienación, lo anteriormente periférico pasa a ser una supuesta periferia asimilada por el centro que, de esta forma, mantiene su posición central. En este nuevo modelo, el centro ha aprendido que sólo es posible evitar la fosilización creando sus propias periferias y asimilando las periferias extrañas / extranjeras mediante un proceso de alienación en la que el centro utiliza el efecto de la transparencia y la invisibilidad. Sin duda alguna, la traducción no es extraña a esta situación ya que la relación entre cultura fuente y cultura término siempre estará enmarcada en las relaciones entre los sistemas literarios, políticos y sociales de las diferentes culturas.

No en vano afirma Venuti que “[t]he viability of a translation is established by its relationship to the cultural and social conditions under which it is produced and read”. En esta “relationship” puede desaparecer la “originalidad cultural” del texto fuente ya que, cuando el traductor intenta adaptarlo, convertirlo en “leíble”, a la cultura término, ésta ejerce su fuerza apropiadora como centro cultura. En el caso de que la cultura receptora sea periférica también puede establecer una relación como centro ya que el efecto de apropiación y alienación es bidireccional. No obstante, aunque una cultura receptora adopte la posición de centro con respecto a un “centro”, esta relación seguirá patrones completamente diferentes.

De esta forma, podemos ver cómo los efectos de transparencia e invisibilidad en la traducción no se refieren a las relaciones entre culturas supuestamente fuertes con otras supuestamente débiles, sino a las relaciones entre textos y culturas en posición fuerte y posición débil. Esta aparente contradicción se produce al mantener un esquema de traducción en el que el texto y cultura origen son primarios, originales y originarios y el texto y cultura término son derivados, copias y secundarios. De este modo, dentro del esquema general de la traducción las relaciones siempre seguirán ese patrón de copia y original de tal forma que la traducción representa una ilusión de las relaciones entre dos culturas, relación imprescindible para poder traducir desde la invisibilidad (especialmente dado que la invisibilidad ha sido una estrategia típica utilizada por las culturas occidentales “fuertes”). Así, cuando nos encontramos ante la traducción entre dos culturas muy diferentes y con relaciones que desde un punto de vista políticoeconómico indican directamente a una relación centro-periferia, ¿se seguirá manteniendo el mismo modelo de traducción? Si un etnógrafo norteamericano escribe un libro en inglés sobre las costumbres, estructuras sociales, políticas y económicas de un pueblo africano y, al cabo de unos años, su obra se traduce a la lengua de dicho pueblo, ¿cómo leerán los indígenas sus propias costumbres y cultura? ¿Acaso el escritor norteamericano no habrá escrito lo que el lector norteamericano quiere que le cuenten sobre la cultura indígena? ¿Acaso el traductor tiene la posibilidad de corregir para un cultura “tan sumamente débil” la lectura que se ha realizado de su pueblo? Son múltiples preguntas en las que entra el traductor visible, cuestiones que se plantea ya que la visibilidad no tiene por qué implicar fidelidad sino una ética traductora que le lleva a desarrollar una teoría del traducir que abarca todo el hecho cultural, político y social en el que se ve inmerso (y del que, aunque sea “invisible”, es catalizador).

Finalmente, conseguir un texto término transparente implica hacer desaparecer la clave cultural en la que fue creado el texto original. En este caso, la invisibilidad representa la búsqueda de una traducción que trasplanta un texto fuera de sus fronteras (esencia de traducción) sin tener en cuenta que la textualidad original y su significado están unidos al contexto cultural. Los textos trasplantados (traducciones domesticadas) representan una forma de desaparición de los posibles efectos de atracción cultural: los textos se insertan en una nueva tradición como si hubieran sido creados en ella.

2. APRE(HE)NDER EL SIGNIFICADO

Pasamos ahora al tema del significado que ya avanzamos en la introducción. Un clásico de la teoría de la traducción, Eugene Nida, afirma:

A translation of dynamic equivalence aims at complete naturalness of expression and tries to relate the receptor to modes of behavior relevant within the context of his own culture.[iii]

En cambio, Cristopher Norris señala en su libro sobre Jacques Derrida:

The Saussurean ‘bar’ between signifier and signified - that which creates the arbitrary nature of the sign - is also the law which immutably decrees the unfulfilment of desire in pursuit of its ever changing object.[iv]

Un poco antes en la misma página Norris destaca:

Desire simply is this differential movement perpetually at work within language, movement which can never be brought to a halt since the relation between signifier and signified is always provisional, shifting and elusive.[v]

Podemos ver como en estas tres citas existe una línea de tensión subyacente: por una parte, Nida defiende una traducción de equivalentes en la que el traductor busca producir efectos similares en el receptor; por otra parte, Derrida, en boca de Norris, ve en el signo lingüístico una forma inacabada que se construye y desconstruye en todo acto de escritura. De esta forma, nos encontramos con que la traducción no sólo se preocupa por un significado (fórmula de equivalencia) sino por la diferencia y relación que se produce entre significante y significado. Al mismo tiempo, dado que la relación entre significante y significado es provisional e inaprensible, no es posible fijar una residencia para esa “bar” de la que habla Norris; dado que es esquiva y fugaz, no es posible analizar de una forma pura la relación significante / significado. Por lo tanto, tampoco es posible evitar que, en la traducción, el significante deje su rastro[vi]. Cuando Nida afirma que “the translator must be a person who can draw aside the curtains of linguistic and cultural differences so that people may see clearly the relevance of the original message”[vii], parece olvidar que en el par significante / significado no se puede atribuir al segundo miembro la exclusividad de la significación. Subordinar las cortinas y diferencias culturales a una visión clara de la relevancia del mensaje original parece ignorar la borrosidad de la barrera signans / signatum: parece ignorar que las cortinas, las diferencias culturales, las formas y las fórmulas pueden (y lo hacen) transmitir significados. No en vano Derrida señala en Posiciones que la única manera de enfrentarse a la traducción es como un proceso de transformación. En oposición a Walter Benjamin, que señala que la finalidad de la traducción es la búsqueda de una lengua superior, Derrida borra cualquier posibilidad de vuelta al origen. El origen de las lenguas se perdió en la destrucción de Babel ya que Dios es el desconstructor de desconstructores. De esta forma, la transformación / traducción no intenta borrar las diferencias, descorrer las cortinas de las que habla Nida, antes bien, asume “la multiplicidad irreductible de las mismas [lenguas], creando un texto semejante, paralelo al original pero, en cierto modo, otro, diferente”[viii].

El conflicto que aquí presentamos parte de una oposición básica entre dos sistemas de pensamiento lingüístico que parten de premisas opuestas. Por una lado, Nida defiende la posibilidad de remontarse a unas estructuras profundas universales desde las cuales será posible codificar un texto en otra lengua. Para ello utiliza el modelo propuesto por Chomsky. No obstante, el propio Chomsky, tal y como subraya una y otra vez Gentzler (Gentzler, 1993), aun siguiendo una línea cartesiana en sus razonamientos lingüísticos, siempre se mostró reacio a aplicar sus estudios al campo de la traducción. Así, Chomsky sale al paso de diferentes estudios surgidos tras la publicación de Syntactic Structures (1957):

The existence of deep-seated formal universals . . . implies that all languages are cut to the same pattern, but does not imply that there is any point by point correspondence between particular languages. I does not, for example, imply that there must be some reasonable procedure for translating between languages[ix].

Vemos como aquí Chomsky se separa de cualquier tesis que asiente la traducibilidad de las lenguas en la existencia de universales. De una forma similar, aunque más radical, los desconstructivistas niegan la existencia de dichos universales y cualquier posibilidad de remisión a un origen. De esta forma, la teoría desconstructivista de la traducción pasa a ser una teoría de las diferencias y de la différance, de los huecos, lo intraducibles y cualquier espacio que se produzca entre los textos. Para la desconstrucción, los textos, y por extensión las lenguas, no disfrutan de una comunicación plena sino que representan formas de expresión que buscan (se buscan) no sólo sus puntos de coincidencia sino también sus divergencias, sus diferencias, las “cortinas”. Desde el punto de vista de la desconstrucción “in the process of translating texts, one can come as close as is possible to that elusive notion or experience of différance[x]. De una forma similar, Gadamer señala que la traducción es una forma similar a la conversación: dos textos entran en relación y “conversan”, buscan coincidencias, relaciones, oposiciones, etc. pero nunca llegan a neutralizar completamente sus propias diferencias.




[i] André Lefevere, "Holy Garbage, tho by Homer Cook't", en Traduction, Termilogie, Redaction, vol. 1, no. 2, 1988, p. 26.
[ii] Rudolf Pannwitz, Crisis de la cultura europea, citado por Walter Benjamin, La tarea del traductor en Miguel Angel Vega, ed., “Textos clásicos de teoría de la traducción”, Cátedra, Madrid, 1994, pag. 295.
[iii] Eugene A. Nida, Toward a Science of Translating. With Special Reference to Principles and Procedures in Bible Translation, Brill, Leiden, 1964.
[iv] Cristopher Norris, Derrida, Fontana Press Masters, Fontana Press, London, 1987, pag. 114
[v] Ibid. Pag. 114
[vi] Véase, Jacques Derrida, “Semiología y Gramatología” en Posiciones, Pre-Textos, Valencia, 1977.
[vii] E. A. Nida y J. De Waard, From One Language to Another: Functional Equivalence in Bible Translating, Thomas Nelson, Nashville, 1986.
[viii] Miguel Gallego Roca, Traducción y literatura: Los estudios literarios ante las obras traduccidas, Ensayos Júcar, Madrid, 1994, pag. 32. Véase también pags. 25-34
[ix] Chomsky, Noam, Aspects of the Theory of Sintax, Harper & Row, Cambridge, MA, 1965.
[x] Gentzler, Edwin, Contemporary Translation Theories, Routledge, London, 1993, pag. 145.

jueves, 12 de septiembre de 2013

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA INVISIBILIDAD DE LA TRADUCCIÓN: DOS VISIONES. (Parte I)


Uno de los conceptos que nos ha traído la nueva década es la “invisibilidad”. Lawrence Venuti ha sido el autor que mejor la ha sabido presentar y en su libro The Translator’s Invisibility: A History of Translation realiza un amplio recorrido por las principales ideas sobre la traducción utilizando como puntos de referencia conceptos que hasta hace poco tiempo permanecía “invisibles” (o “evidentes”, que es lo mismo) para la teoría de la traducción: invisibilidad, transparencia, fluidez, soltura, suavidad, ritmo, etc.

Al inicio del primer capítulo titulado “Invisibilidad” el propio Venuti nos describe someramente el efecto de la invisibilidad:

The illusion of transparency is an effect of fluent discourse, of the translator’s effort to insure easy readability by adhering to current usage, maintaining continuous syntax, fixing a precise meaning. What is so remarkable here is that this illusory effect conceals the numerous conditions under which the translation is made, starting with the translator's crucial intervention in the foreign text. The more fluent the translation, the more invisible the translator, and, presumably, the more visible the writer or meaning of the foreign text.[i]
Sin embargo, aceptar la invisibilidad no sólo afecta a nuestra traducción como hecho lingüístico, Venuti se encarga de destacar en su libro la importancia que tiene para el traductor esta transparencia. La invisibilidad afecta a la posición social del traductor, a su sueldo, a su estatus y la calidad de sus traducciones, e incluso se llegan a establecer relaciones de colonialismo cultural[ii]. Al ocultarse el traductor puede convertirse en cómplice de relaciones socioeconómicas de orden superior en las que entra por el simple hecho de traducir (pero un traducir que supone una transferencia limpia, inmaculada, es decir, invisible). Sin embargo esta invisibilidad es tan sólo un efecto, es decir una presunción sobre la que se basa la traducción de tal forma que las posibles modificaciones introducidas en el nuevo texto siempre participan del principio de la transparencia. Así, la actividad de traductor entre textos y entre culturas pasa a ser un hecho sociopolítico (político en un sentido amplio) en el que la invisibilidad juega un papel clave: el efecto transparente asegura la fiabilidad, la fidelidad, una lealtad que sólo se encontraría en entredicho si se produjese un giro hacia la traslucidez o la opacidad.

Una traducción comienza a perder su transparencia previsible cuando comienza a “sonar a traducción”, cuando el lector no se siente cómodo, cuando el texto no es fluido, cuando hay valores culturales opuestos a los propios, etc. Si se produce esta situación habremos perdido toda transparencia y el traductor pasa a ser un individuo que opera entre / a dos textos potencialmente traducibles y que utiliza estrategias conscientemente no transparentes para transferir lo que desde un principio no fue transparente (Véase 2. APRE(HE)NDER EL SIGNIFICADO). En la traducción invisible, el traductor se oculta en el texto como un colaborador tras la sombra eminente de un autor que lo sitúa, al mismo tiempo, en la esfera del autor derivado y enmascarado y en el engaño de representar una mascarada donde el traductor es el protagonista (una presencia no presente, un autor sin autoría).

Incluso en las reseñas de periódicos y revistas especializadas se disimula, se pasa por alto, la figura del traductor. Aun cuando se comentan características de estilo y lenguaje, el traductor (su lenguaje, su historia, sus aciertos o errores) ha quedado eliminado de la escena por un efecto de transparencia (simulacro de escritura). Se espera del traductor que rompa un texto, lo descomponga, lo cree de nuevo superando la diferencia que el texto quiso representar en su cultura. De este modo, y por efecto de la invisibilidad esperada, se produce una negligencia sobre el acto de traducir ya que no encuentra espacio propio dentro de la propia obra ni en el discurso sobre la obra. La traducción pasa a ser una economía sumergida que todo el mundo sabe que existe pero que nadie ha visto, una meiga que “habelas, hailas”. Por esta razón, ni el sueldo ni el estatus del traductor se corresponden con el peso de la tarea: ¿acaso en la era del marketing y la hiperinformación tiene importancia alguna un personaje anónimo que se desliza entre dos o más textos? En esta situación, el traductor sólo asomará ligeramente en el reino de la invisibilidad si existe una razón suficiente que lo haga necesario. Un ejemplo bastante cercano es la publicación de una obra de Jane Austen, Emma, traducida por José María Valverde. El nombre del traductor se menciona en el interior del libro, nunca en la cubierta. No obstante, se le ha añadido un curioso recurso de marketing: 1) José María Valverde es muy conocido en medio filológicos y en el mundo de la traducción por sus versiones de los clásicos; 2) la editorial, además, lo presenta con una banda abrazando el libro  como “Traducción de José María Valverde”, que había muerto a principios de 1997. Así, podemos ver que cuando el traductor se asoma fuera del reino de la invisibilidad siempre existen razones de peso (no traductoras) para ello, al menos estrictamente hablando.

Veamos ahora otro ejemplo procedente de la sección “Libros” del suplemento Babelia, Miguel Bayón, EL PAÍS, 16 de noviembre de 1996. En este suplemento se realizan más de diez reseñas de obras traducidas de reciente publicación en España. A la hora de realizar la referencia bibliográfica se recoge el nombre completo de los traductores. No obstante, sólo en un caso se rompe el efecto de la transparencia e invisibilidad:
El libro incluye un excelente estudio biográfico-literario-histórico y reúne propiamente las cuartetas de Sham, sobre los temas sufíes de la enseñanza, el amor y la ebriedad, en versión bilingüe y con un glosario. Clara Janés prosigue, encandilada, su idilio sin fin con las Mesopotamias y Turconias; por fortuna para los lectores. La omnipotencia de amor. Éste es el tema por antonomasia de Rumi.[iii]
No obstante, podemos ver que la referencia a la traductora se realiza, en este caso, no por medio de la traducción en sí misma, sino a través de otra tarea que ha desarrollado la traductora: la edición e introducción al texto traducido. También hay que señalar que se trata del único caso en el que se hace una referencia explícita al hecho de que se trata de un texto traducido (sin tener en cuenta la nota bibliográfica): “en versión bilingüe y con un glosario”.

Al mismo tiempo, destaquemos que Miguel Bayón ha centrado la referencia a la traductora-editora en el valor que tiene presentación y traducción para ella personalmente (“… prosigue, encandilada, su idilio sin fin …”) y para el conocimiento general de este tipo de poesía y civilización para la cultura receptora (“… por fortuna para los lectores …”).

Con este pequeño ejemplo hemos podido ver cómo la figura del traductor sufre una profunda negligencia en los medios académicos y de divulgación. La traducción no sólo debe ser fiel y acertada (acaso en ocasiones no sea lo más importante), sino que además (he aquí lo más importante) debe dar apariencia de no ser traducida. No obstante, es en esta presencia desaparecida donde el traductor ha comenzado a ceder sus derechos. Más aun. El traductor está fingiendo haber dominado un texto cuya fuerza suele residir en no poder aprehenderse. El traductor, para ganarse la vida, oculta sus propias dificultades en la traducción, en la invisibilidad: la transparencia ayuda a solucionar los mayores problemas traductores ya que la estrategia de la invisibilidad permite pasar por alto las tensiones y los efectos de la diferencia en los textos. El traductor está ejerciendo una fuerza domesticadora sobre textos que nunca llega a dominar totalmente ya que nunca puede alcanzar un significado último (al menos no el del autor, si éste reconoce alguno).

Aquí comenzamos a entrar en dos de los elementos claves del concepto de invisibilidad ya que la traducción pasa a ser, por medio de la transparencia, una poderosa herramienta sociopolítica y pretende asegurar una unidad de significado. Pasemos ahora a analizar pormenorizadamente estas dos consecuencias de la “traducción invisible”: por una parte, 1) existen fuerzas sociopolíticas en la traducción (“domesticación); por otra parte, 2) seguimos enfrentados al problema del significado en la traducción (“significado último”).




[i] Lawrence Venuti, The Translator’s Invisibility, Routledge, London and New York, 1995, págs. 1-2 (mi propia cursiva).
[ii] En otro artículo ya habíamos señalado las características de la traducción como no-traducción y efecto colonial: “… la traducción pretende ser una no-traducción, intenta pasar inadvertida. Para poder entender este proceso de extranjería en la traducción no sólo debemos tener en cuenta los textos que se traducen entre culturas, sino también las adaptaciones, las versiones, la imitaciones, y lo que es más importante, lo que no se traduce”. Javier Mallo Martínez, El Traductor y el Extranjero, artículo presentado en el IX Simposio sobre Traducción Literaria y Científico-Técnica, Universidad de Extremadura, Cáceres, 1995.
[iii] Miguel Bayón, “El dolor y el amor de un poeta persa” en Babelia, Nº 264 sábado, 96 de noviembre de 1996, pag. 20, EL PAÍS (mi propia cursiva). Reseña del libro de poesía sufí: Yalal Uddin Rumi, Rubayat, presentación y traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí, caligrafía de Mehdi Garmurdi, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo / UNESCO, Madrid, 1996.


domingo, 8 de septiembre de 2013

CONSIDERACIONES SOBRE LA TRADUCCIÓN (recuerdo de 1994)


       Probablemente, el individuo que se sienta ante un texto para traducirlo (es decir, el traductor, pero no siempre) tiene que afrontar tres problemas básicos. Desde que Newton enunció sus leyes, e incluso antes, los interrogantes de la física apuntaban a tres coordenadas básicas: velocidad, espacio y tiempo: v=e/t (o cualquiera de sus variantes). Es decir, aparentemente tan dispares, la traducción y la física comparten las mismas dificultades. No parece demasiado descabellado señalar que el oficio del traductor se asemeja al arte del funambulista. Éste debe luchar contra la gravedad, la tensión del cable y su propio equilibrio, aquél se ve inmerso en un torbellino de fuerzas del que no podrá huir si no es a través de su propia intuición.

       Para el traductor el "espacio" es el texto en la lengua original, es su campo de juego, su circo romano y, en cierto modo, su zoológico particular. En esta arena debe situarse para lidiar el toro de su propio yo y de su lengua. Pero el "espacio" no se reduce solamente a unos gráficos impresos en un papel, es necesario conocer al autor, desentrañar unos significados y, quizá lo más importante, establecer una identificación entre el "yo-traductor" y el "tú-lector-autor". Llegados a este punto se comienza a hablar de la imposibilidad de la traducción: el traductor ha de ser el mejor lector del texto, suposición a todas luces imposible si tenemos en cuenta que el único lector perfecto es el propio autor; segundo, el traductor debe ser uno con el texto para poder llegar (si tiene suerte) a imbuirse del pensamiento del autor. Sin embargo, esta acuciante imposibilidad configura la belleza del arte de traducir; es una relación erótica entre texto-autor-traductor que sólo tiene un fin (al menos si hablamos de literatura), el paroxismo de la relación traductora.

       La "velocidad", en cambio, es la dimensión más oculta, la alquimia de la traducción, la psicología del verso... es, en definitiva, la caída de la espada de Damocles sobre la palabra, la aprehensión del significado y el significante en el mismo movimiento, rápido y profundo. La "velocidad" no es equiparable a la rapidez. Ésta nos conduce a un precipicio desde donde la traducción/traición deberá suicidarse; en cambio aquélla nos lleva a la unión con el texto, a la cópula definitiva entre dos lenguas que el traductor, como voyeur de excepción, debe observar desde la barrera. Sí, el traductor debe ser humilde, desaparecer en la batalla, ser árbitro y juez, pero nunca parte.

       El "tiempo" más que una cuestión es una simple desgracia: "esta traducción para mañana (50 folios) y sin ningún error". La belleza del "espacio" y lo mágico de la "velocidad" nos llevan al placer indescriptible que produce la visión de un trabajo felizmente acabado... Sin embargo, el "tiempo" se presenta como un ogro que jadea sobre el cuello del traductor mientras éste dobla su cerviz ante el trabajo.

       Pero (Einstein lo señaló hace tiempo) no todo está, como en principio podría parecer, tan ajustado a unas leyes concretas. El traductor, como individuo, debe afrontar luchas personales con, contra y fuera del texto. Como ya hemos visto, las dificultades no sólo se limitan al área de lo textual, existen limitaciones intelectuales que ponen al traductor ante el problema de la humildad. Un traductor sin humildad es como un escritor sin tinta, acabará rasgando el papel ante la imposibilidad de avanzar en su narración.