Conferencia pronunciada en VI encuentros
complutenses en torno a la traducción 28-nov al 2-dic, 1995 (publicada en La palabra
vertida: investigaciones en torno a la traducción : actas de los VI Encuentros
Complutenses en torno a la Traducción / Rafael Martín-Gaitero (aut.), Miguel
Ángel Vega (aut.), 1997, ISBN 84-7923-112-2 , págs. 199-206)
Quien lea el título de
esta ponencia probablemente tenga la expectativa de que voy a hablar sobre la
posibilidad o la imposibilidad de la traducción. Sin duda quien conozca a
W.V.O. Quine y a Jacques Derrida pensará que el tema no podría estar mejor
elegido. Sin embargo mi objetivo es al mimo tiempo ése y otro. Si con la
afirmación de la imposibilidad de traducir podemos llegar a desembarazarnos de
toda la impedimenta que conlleva, mejor. De todos modos parece bastante
sospechoso hablar de una traducción imposible cuando: a) existe la necesidad de
traducir; b) existen textos traducidos; c) yo estoy hablando de traducción (e
incluso, d) aquí partiremos de una nueva imposibilidad de traducir para
apre(h)ender una traducción).
Es cierto, el traductor,
cuando se ve incapaz de traducir, no parte de una negación del acto traductor
sino de un desastre de la traducción. Un instante en el que reconoce su
extranjería respecto al texto y respecto a las lenguas. Es decir, si tal y como
afirma W. Benjamin la función principal del lenguaje es comunicar algo de sí
mismo, nos encontraremos ante una doble insuficiencia: en la lengua del autor
lo que se dice está subordinado (es decir, es inalcanzable); y en la lengua de
la traducción las palabras comienzan a oxidarse
como efecto de la intertextualidad al entrar en un nuevo contexto. Esta
doble insuficiencia parte de nuestra pretensión de traducir más allá del lenguaje.
Nuestra traducción debe ir más allá del sentido, a la raíz del texto, del
lenguaje. Después de todo, como señala H. Turk al hablar de Derrida:
The question of traslability is not
a question of how to translate texts, meanings or intentions from one language
into another or of how to transfer one language into another within one text,
but the question is how to translate one language into another by translating
texts[1].
Pero volvamos a la idea
inicial sobre Benjamin. Si la función principal del lenguaje es comunicar algo
de sí mismo, el autor estará obligado a crear un nombre, ya que en la creación
de un nombre propio reside la necesidad de nombrarse a sí mismo. Este nombre
(como en el Babel del Génesis) nos permitirá ser uno; posibilitará la
traducción. Por lo tanto, darse un nombre significa ser capaz de traducirse.
Así, la lengua única, el nombre propio como punto de referencia para todos los
hombres, amenaza la figura de Dios, el marco teórico de la multiplicidad
creativa: se produce una infradeterminación del nombre propio y Dios acaba
diseminándolo hasta que la desconstrucción nos lleve a un nuevo Pentecostés
donde se produzca el milagro de las lenguas. Pero ésta no será una lengua única
sino un universo de lenguas en el que todos entiendan las lenguas extrañas y el
individuo utilice su propia lengua.
Los celos de Dios han
llevado a la desconstrucción de la torre de Babel, símbolo de la compresión
universal, y al mismo tiempo nos imponen y nos prohíben la traducción. Es
simple:
Si hay
multiplicidad de lenguas-----> no es posible traducir
Si hay
multiplicidad de lenguas-----> es necesario traducir.
Pero traducir se ha convertido no ya en un problema de lenguas y de
comunicación sino de transposición de los nombres propios. La teoría de la
traducción se ha centrado solamente en la traducción de dos lenguas, pero ya
nos anticipa Derrida la multiplicidad de lenguas, la intertextualidad y, en
definitiva, la interferencia de los nombres propios.
Más aún. Si no era
suficiente con descubrir la necesidad/imposibilidad de traducir los nombres
propios, estos mismos, según Derrida, se pueden convertir, por medio de un
proceso de homonimia y sinonimia, en nombres comunes. Nombres comunes pero no
equivalentes, dice Derrida, ya que sino confundiríamos su valor. Ésta es la
principal insatisfacción del traductor; leer los nombres propios y traducir los
comunes. Según Derrida, el traductor bíblico comenta, explica, parafrasea, pero
no traduce; rompe el equívoco en donde la confusión misma es poder:
"Babel", aposición, "Confusión".
Podríamos afirmar que los
nombres propios no son parte integrante de la lengua, que huyen hacia el reino
tenebroso del sentido: pero, ¿qué lengua se podría nombrar como tal sin la
posibilidad de nombrar por medio de un nombre propio?
Pero, ¿qué es el nombre
propio sino la esencia de la différance,
sino la imposibilidad de aprehender el dinamismo del nombre propio?
La différance es el juego sistemático de las diferencias, de las
trazas de las diferencias del espaciamiento
por el que los elementos se relacionen unos con otros. Este espaciamiento es la
producción, a la vez activa y pasiva (la a
de la différance indica esta
indecisión respecto a la actividad y a la pasividad, lo que todavía no se deja
ordenar y distribuir por esta oposición), de los intervalos sin los que los
términos "plenos" no significaría, no funcionaría[2].
Como podemos ver el nombre propio ocupa
un lugar central en las teorías desconstructivistas de la traducción: "la
comprensión no es posible si sólo existen nombres propios, pero tampoco si
éstos no existen"[3]. Del
mismo modo, la différance entra de
lleno en el signo como unidad de significante y significado, ya que sin esta
distinción la traducción sería imposible. Derrida critica el concepto de "significado
transcendental" ya que éste reconocería la posibilidad de un concepto de
significado en sí mismo con una relación de independencia del sistema de
significantes. De esta forma, Derrida cuestiona la posibilidad de tal
“significado trascendental” ya que pasa a reconocer que todo significado está
también en posición significante. Así, la distinción significante significado
parece problemática desde su raíz. Sin embargo, Derrida también señala que esta
complicación de la imposibilidad de una diferencia radical entre signas y signatum no impide que algunos caso funcione e incluso llegue a ser
indispensable. El propio Derrida señala que “ninguna traducción sería posible
sin ella”[1]. Según
él, la traducción practica la diferencia significado/significante donde ésta es
posible, o al menos lo parece. Sin embargo, del mismo modo que la primera
diferencia nunca será pura y clara, así, tampoco lo será la traducción. Así
señala Derrida:
la noción de traducción habría que sustituirla
por una noción de transformación:
transformación regulada de una lengua por otra, de un texto por otro. No
tendremos, y de hecho nunca hemos tenido, que habérnoslas con ningún
“transporte” de significados puros que el instrumenti -o el “vehículo”-
significante dejara virgen e incólume, de una lengua a otra, o en el interior
de una sola y misma lengua.[2]
Todo ellos sería el resultado de la différance
que, como ya hemos señalado, se vuelve más evidente en la traducción. Realmente
lo que pone de manifiesto la différance
es el dinamismo y el movimiento de la diferencia que habita todas las
oposiciones del lenguaje. De este modo vuelve a afirmar Mª del Carmen África
Vidal: "Así, en vez de hacer equivalentes dos textos, en vez de unificar,
la traducción disemina, no fija el significado sino que juega con él, abre sus
fronteras hasta el infinito"[4].
Una pregunta: ¿cómo
definiría Derrida la traducción? En Posiciones
cuestiona cualquier definición basada en la reproducción o equivalencia y opta
por un proceso que modifica constantemente el original. Un original que, por
otro lado, también entra en el movimiento de la différance en el mismo juego de traducir. La única manera de
desconstruir el original es por medio de la putrefacción, la maceración y el
desemsamblamiento de todas sus piezas. Pero no nos engañemos, ya nos lo anticipa
el propio Derrida en "Yo-el
Psicoanálisis", "el núcleo no es una superficie disimulada
que, una vez atravesada la corteza, podría aparecer"[5]. En
consecuencia, Derrida defiende lo que él llama una "traducción
anasémica", que no se ocupa de los intercambios entre significaciones,
entre significantes y significados, sino de "intercambios entre el orden
de la significación y aquello que, haciéndola posible, debe traducirse asimismo
en la lengua de lo que esta hace
posible, debe ser retomada en ella, reinvertida, re-interpretada"[6].
Derrida presenta, en
definitiva, una traducción que no se deja traducir, que se traduce en, fuera,
desde, por, etc. sí misma, que deja significados, significaciones y
significantes para volverse sobre las relaciones de la lengua de la traducción.
Una manera de traducir que nos lleva a una tarea multiforme, diferida,
indeterminada.
W.V.O Quine analiza desde
un punto de vista epistemiológigo lo que él llama la "traducción
radical". En su tesis afirma que dos lingüistas que intenten estudiar la
lengua de una misma tribu podrán llegar a obtener dos manuales de traducción
que, aun siendo aceptables por separado con respecto a la lengua nativa, al ser
comparados podrían llevar a conclusiones que en su lengua materna se excluyen.
Las ideas de Quine sobre la traducción, recogidas principalmente en Word and Object(1960), han provocado
largas e interesantes discusiones entre todos aquellos interesados en la
filosofía del lenguaje y en la teoría de la traducción. En principio, su
"Tesis de la Indeterminación de la Traducción" afirma que, dado que
no podemos distinguir claramente entre las cosas y lo que decimos sobre ellas,
parece imposible afirmar la existencia de algo como un significado
independiente. Ello le lleva a concluir que se debe considerar que el acto de traducir está
científicamente indeterminado. No existe razón alguna que nos permita afirmar
por qué una traducción es mejor que otra. Tal y como afirma la profesora Anneke
van Luxemburg-Albers[7], la
Tesis de la Indeterminación es fundamental para poner de acuerdo a quienes
creen que se puede traducir todo sin perder nada y a los que piensan que una
lengua es una teoría por sí misma, es decir, esencialmente intraducible. Para
la profesora Luxemburg-Albers la Tesis de la Indeterminación de la Traducción
nos permite realizar cuatro afirmaciones : 1) la traducción es una actividad
hermenéutica que implica una interpretación; 2)las reglas de la corrección de
esta actividad son convencionales y cambiables; 3)por lo tanto, la traducción
puede realizarse de un modo defendible, pero también 4)siempre diferente.
De este modo podemos ver
cómo Quine abre un camino para una traducción interpretativa y creativa.
Interpretativa porque, como ya hemos visto con Derrida, la interpretación no sólo
es el punto de partida de la traducción sino que también representa uno de los
factores que se obtiene al final del proceso. Creativa porque el traductor se
encuentra en un juego en el que, por un lado, utiliza sus conocimientos sobre
el lenguaje y las reglas que ha de aplicar y, por otro, cuenta con su
creatividad y con su conocimiento del mundo. Por lo tanto, el traductor tan
sólo se debe acomodar a una supuesta norma sociocultural de la traducción: es
decir, su tarea será crear un texto que sin dejar de ser poema sigua pudiendo
ser llamado traducción (aunque los límites sean bastante borrosos, pero qué
está claro en la traducción).
El traductor al
enfrentarse con cada texto creará una base teórica hipotética que le permita
superar la imposibilidad/desastre inicial de la traducción. Porque en el
desierto de la traducción del poema tan sólo nos queda la posibilidad de cerrar
los ojos y concentrarnos en las impresiones de los sentidos, olvidar diablillos
cartesianos y dejar abierto el camino a la impresión. La impresión en la
traducción no es el significado (¿acaso buscamos el significado al traducir?),
es un paso primario que nos permite evolucionar y descontruir el texto. Al
mismo tiempo el desierto también es lo que nos queda al final de la traducción
ya que "las traducciones son sólo huellas, recuerdos que ningún presente
ha precedido ni perseguido y que no se puede ordenar en torno a un punto;
huella que avanza y rememora en el pasado y en el futuro, como diría Mallarmé,
bajo una apariencia falsa de presente"[8]. Por
otro lado, el traductor no es un individuo en deuda con o sometido a un
original, sino que la obligación de la deuda pasa más allá de la relación
traductor-autor y llega a una relación
entre dos textos. La traducción no tiene como finalidad la comunicación,
al menos no en un mayor grado que el original. De este modo, la obra alcanza
una sobre-vida más allá de los medios
que su autor utilizó en la producción. Al ser traducido el texto alcanza
estabilidad y se ve completado por el movimiento de la traducción, que como
recepción creativa lo desconstruye hasta desconstruir también la traducción.
Éste es el único modo de superar la indeterminación de la traducción, aunque la
indeterminación es un producto de la traducción, es decir, permanece. Ni
siquiera cuando traducimos la conjunción "and" por la conjunción
"y" podemos estar seguros de haber atisbado la propia traducción. A
fin de cuentas, la esencia, la belleza y el interés de toda traducción es esa
indeterminación. La traducción como juego nos permite evolucionar y transformar
nuestra propia teoría entre línea y línea ya que, como en una partida de
ajedrez, tan sólo un peón puede modificar el planteamiento global del tablero.
Si es posible traducir
poesía, literatura o cualquier texto en general no depende del significado o de
la comunicación sino de una aproximación que nos permita reconocer los símbolos
de una lengua primigenia, la lengua de Babel, la lengua de la traducción que
nos subyace a nosotros mismos. Todos los textos son imposibles, todos los
términos son indefinibles, pero la traducción debe posibilitar una relación
entre dos textos, entre dos nombres propios que están endeudados y que se
comprometen a traducirse.
Quizás los textos de John
Cage ofrezcan un buen ejemplo sobre el que aplicar un análisis de este tipo.
Aunque el propio Cage afirma que en al gunos de sus textos "[t]ranslation
becomes, if not impossible, unnecessary. Nonsense and silence are produced,
familiar to lovers", y aunque afirma que al introducir elementos extralingüísticos
se evita la traducción, parece evidente que un lector medio español necesita
aproximarse más al texto. Según el propio Cage, su escritura pasa de utilizar
la sintaxis a despreocuparse de ella, combina palabras y sílabas al azar,
recoge el silencio y emplea la forma y el tamaño de los elementos gráficos.
Tampoco debemos olvidar que John Cage es, además, compositor y que sus piezas
musicales participan también del azar, del silencio y de la improvisación.
En este caso vamos a
analizar sus 36 mesostics re and not re duchamp incluidos en las M. Writings[9]. Hay que
señalar que el propio Cage no sabía qué eran los "mesósticos" hasta
que un amigo le comentó que lo que Cage escribía no eran acrósticos sino
mesósticos. La diferencia está en que en lugar de utilizar la primera letra de
cada línea, se utiliza cualquiera. Además del nombre que se forma con las
letras mayúsculas (en este caso el de Marcel Duchamp), también tienen
importancia visual la distribución de cada línea, la forma del mesóstico y las
separaciones o silencios entre un mesóstico y el siguiente. Aquí sólo
analizaremos las posibles traducciones del primero, el último y el número ocho[10].
a utility aMong
swAllows
is theiR
musiC.
thEy produce it
mid-air
to avoid coLliding
Todos los mesósticos
presentan la dificultad del nombre de Marcel Duchamp que va recorriendo la
página en sentido vertical. Al traducirlo es totalmente necesario respetar esta
convención formal del texto inglés ya que es la base de su construcción. Así,
vemos como el endeudamiento con el sentido es totalmente irreal ya que éste (si
lo hubiera) queda subordinado a una impresión global. Es decir, nuestra tarea
es encontrar un texto final que cumpla la función básica de un original que
pierde la sintaxis y el sentido, que ya ha comenzado su desconstrucción. Esta
fue la traducción que en este caso nos pareció más adecuada.
iMpresiona cómo
las golondrinAs
cRean
músiCa.
la forman En el aire
para no estreLlarse.
Llegamos a un texto final
que ha sido capaz de capturar cierta esencia del original, que traicionando la
traducción ha aprehendido el texto, que descontruyendo los fonemas y las
palabras ha podido llegar a traducirse.
La elección de las palabras no hay que atribuirla a una equivalencia
preestablecida en los diccionarios sino a un impulso que ha partido del momento
desastroso del traducir. Veamos otro ejemplo.
avoid woMen
And
gold
sRi
ramakrishna advised.
"but that is not the way to Cross
thE
stream.
foLlow
me."
En este caso la
intertextualidad se pierde en la necesidad del texto original. No tendría
sentido buscar una traducción establecida de esta afirmación que aparece
entrecomillada. Ciertamente, el fragmento al que remite la intertextualidad
queda relegado a un segundo plano y sufre el efecto global del mesóstico. Es
interesante analizar la segunda línea ya que parece imposible solucionar esa
"A" que aparece en inglés, ya que "y el oro" no funcionaría
y la estructura no es fácilmente modificable. ¿Cómo solucionar lo imposible?
Pues tal y como comenzó esta ponencia: es necesario traducir, alguna traducción
habrá. Veamos.
guárdate de las Mujeres
Amén del oro,
sRi ramakrishna advirtió.
"pero ése no es el camino que Cruza
el torrEnte.
yo te Lo mostraré."
sRi ramakrishna advirtió.
"pero ése no es el camino que Cruza
el torrEnte.
yo te Lo mostraré."
Cualquiera podría
criticar esta traducción por exceso de libertad o por infidelidad. Sin embargo,
¿cómo se puede definir "fidelidad" para un texto como éste? Acaso la
fidelidad no es un efecto de la traducción. Si nuestro "Amén del
oro," parece excesivamente alejado de la copulativa "y" del
original, no será por un error de traducción sino por un efecto de diseminación
que se ha colado en el texto traducido. Por último veamos como acaban estos 36 Mesósticos.
the telegraM
cAme
i Read it.
death we expeCt,
but all wE get
is Life.
En cambio en este último
vemos como la traducción literal también puede ser posible incluso en los
textos "imposibles". La imposibilidad de este fragmento no se refiere
a la palabra en sí sino a la temporalidad: necesitamos una "A" de
algún modo en la segunda línea, ¿qué se puede hacer? Cuando al traducir los
mesósticos existen problemas de bloqueo entre las lenguas, a causa del nombre
en sentido horizontal, la lengua término se intenta ocultar para dejar paso a
una lluvia de ideas que encuentran su hueco en la estructura del original:
sinónimos, antónimos, sonidos, silencios, recuerdos, dialectalismos, etc.
El telegraMa
hA llegado.
lo abRo.
Contamos
con la muerte
pero lo único que consEguimos
es La vida.
Me gustaría concluir
diciendo que los nuevos caminos que tanto W.V.O. Quine como Jacques Derrida
abren para la traducción práctica y para la teoría merecen un interés mucho
profundo y detallado. Estos dos autores representan una posibilidad de traducir
desde el desastre del traducir. Es decir, nos dan la posibilidad de reflexionar
sobre la traducción traduciéndonos a nosotros mismos como parte de un contexto
mucho más vasto en el que habitan los textos y las lenguas. Una zona de
"interlingua" en la que la desconstrucción ejerce su doble papel de
diablillo y angel custodio del traductor. Todo ello en un movimiento que nos
aproxima y nos separa de nuestro fin pero que nunca nos puede llegar a dejar
indiferentes ante el texto, ante la lengua.
[7]ANNEKE VAN
LUXEMBURG-ALBERS, Anneke van, "The Indeterminacy of Translation or
whether, and if so in what way, Willard van Orman Quine Undermines the
Rebuilding of the Bridge of Bommel or not" en LEUVEN-ZWART, Kitty M. van,
y TAN NAAIJKENS en Translation Studies:
The State of the Art, Amsterdam, Rodopi, 1991, pp. 171-178.
[10] La traducción
del poema de John Cage, 36 Mesostics Re
and Not Re Duchamp, realizada por Isabel Ferrán, Marta Jover y Javier
Mallo, recibió un Premio Accésit en el Certamen de Traducción Poética del
Inglés al Español organizado por el Seminario Permanente de Filología Inglesa y
Didáctica del Inglés de la Universidad de Extremadura.
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