viernes, 20 de septiembre de 2013

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA INVISIBILIDAD DE LA TRADUCCIÓN: DOS VISIONES. (Parte III y última)

3. Textos, khora y responsabilidad


Los textos nacen preñados de significaciones que intentan inculcar en una cultura con un skopos particular. De este modo, cuando entran en relación con otros textos (las traducciones) también intentan ejercer su labor bajo un skopos diferente. El texto traducido, no obstante, no consigue liberarse completamente de sus propias ataduras y pasa a formular sus propias leyes. Éstas suelen estar asociadas a relaciones culturales que se pueden analizar siguiendo las relaciones políticas y económicas entre las diferentes culturas (cf. Lambert; Jacquemond 1992). La traducción supone para los textos una modificación del entorno de su producción. No obstante, no habrá que pensar que éste es un desplazamiento que implica una traición hacia un texto supuestamente original. Dos razones:

1.  Los textos surgen como textos de otros textos, como relaciones, como comentarios, como citas de textos que en muchos casos se han perdido o que hemos olvidado. El texto es un género polifónico que emplea cientos de lenguas y habla miles de voces.

2.  Cualquier texto ha sido traicionado una vez que se ha emitido o se ha escrito. Como antes señalábamos, ningún texto disfruta de la univocidad y, por lo tanto, nos encontramos ante estructuras que pueden llegar a oponerse a sí mismas dentro de su propia lengua (no es necesario recurrir a la traducción para hablar de traición).

 Me gustaría ampliar un poco más este segundo punto ya que puede que la cuestión no haya quedado suficientemente clara. Cualquier texto, por el simple hecho de haber sido producido (escrito o oral) ya ha entrado en el juego de las diferencias, en el juego diseminante que lo sitúa en el margen en lugar del centro, un juego de diseminación que no tiene lugar, o lo que es lo mismo, tiene el margen, el khora, el lugar que no es lugar, que no está ni aquí ni ahí:
After these precautions and these negative hypotheses, you will understand why it is that we left the name khora sheltered from any translation. A translation, admittedly, seems to be always at work, both in the Greek language and from the Greek language into some other. Let us nor regard any of them as sure. Thinking and translat­ing here traverse the same experience. If it must be attempted, such an experience or experiment [expérience] is not only but of concern for a word or an atom of meaning but also for a whole tropological texture, let us not yet call it a system, and for ways of approaching, in order to name them, the elements of this "tropology." Whether they concern the word khora itself ("place," "location," "region," "country") or what tradition calls the figures-comparisons im­ages, and metaphors-proposed by Timaeus ("mother," "nurse," "receptable" "imprint-bearer"), the translations remain caught in networks of interpretation[i].
En este juego en el que entran los textos no sólo tiene que ver con una relación atomista del significado sino con una “textura” tropológica que “permanece atrapada en las redes de la interpretación”. El/La Khora como ese lugar de interpretación que no tiene lugar. Khora, como lugar que no tiene lugar, sería una posibilidad de interpretación que se abre en mil lugares. Así, los textos, formas nacidas de la différance y portadoras de la diseminación, entran en un juego de significados que supera el espacio y el tiempo.

Son bien conocidos ejemplos como el “Quijote” o la filosofía de Nietzsche. Sus interpretaciones han sido tan diversas que cada época ha disfrutado de su propia lectura y cada ideología le ha dado su propio cariz. No en vano, los textos de Nietzsche han sido tan traídos y llevados que han sido considerados la producción de un loco, obras fundacionales del nazismo, obras claves del pensamiento filosófico, literatura, etc. Para la traducción, todo ello significa que el texto entra en un doble juego de responsabilidades: el receptor y el productor. Para disipar cualquier duda sobre Nietzsche como epígono del nazismo, no sería suficiente con rememorar alguna frase de éste en la que se enfrentase frontalmente con este tipo de ideologías, antes bien, Nietzsche ya habría quedado desprovisto de cualquier posibilidad de interpretación autoritativa porque sus textos han pasado a la dimensión de “texto de otros”. Su responsabilidad ya no es para con el texto sino para con sus interpretaciones porque el autor no es responsable de lo que ha escrito sino de las interpretaciones de los otros. Sin duda, algo existe en el texto que permite esas interpretaciones (aunque también debemos reconocer que cualquier texto puede ser desmembrado para acomodarlo a una ideología). Sin embargo, no es posible hacer que esa responsabilidad caiga sobre Nietzsche ya que la única posibilidad que le quedaría a los autores en general sería el silencio o el anonimato para huir de las redes de la interpretación. 

Cuando un traductor se enfrenta a Nietzsche deberá tener en cuenta sus responsabilidades ante su lectura (historia de las interpretaciones) y su escritura (creación de historias): esto es, dado que el traductor recoge las interpretaciones previas y las somete a oposiciones y tensiones con el “traductor”, su “cultura y “entorno”, recibe al mismo tiempo un texto “uno y otro” que se ha ido desgastando con las lecturas anteriores; y, dado que en su escritura deberá ser “fiel” a un original, deberá elegir la fuente de su “fidelidad”. Todo ello porque la fidelidad es la responsabilidad del traductor. No obstante, la fidelidad queda reducida a una acción puntual ante un texto concreto ya que toda fidelidad es evaluación de otras “fidelidades posibles”. Es decir, la fidelidad elegida por el traductor no será más que una entre las muchas que podría elegir; del mismo modo que su traducción será una de las muchas traducciones posibles de un texto determinado.

De esta forma, el traductor se ve ante un juego de diferencias similar al del autor. También aquél tendrá que soportar posteriores lecturas (históricas) de su texto traducido. Sin duda alguna nos encontramos ante una “traición fiel”, es decir, a) (traición) como toda lectura, como toda emisión, la traducción traiciona al original y se traiciona a sí misma; b) (fidelidad), como escritura, la traducción elige una entre todas sus posibles fidelidades y traiciona al resto.

Así, el texto emitido comienza a tomar una vida propia. Se convierte en un nombre que se va cargando a lo largo de su historia de un gran número de rasgos e influencias. De esta forma, el acto de escribir y de hablar es el acto de nombrar. Como el niño que comienza a balbucear sus primeras palabras, el escritor que garabatea en su papel busca un nombre. Más aun. Intenta buscar su propio nombre.
Sin embargo, buscar o buscarse un nombre no se limita a la emisión de signos que se refieren a realidades, como escritores y hablantes siempre debemos preguntarnos por la responsabilidad de nombrar. Como traductores también nos vemos inmersos en las tensiones de los nombres. Responsabilidad, decimos, porque nuestros nombres sólo son nuestros en el acto de nombrar y, a partir de este momento, pasan a ser nuestros y de otros, de todos. Así, el propio poeta puede descubrir, al cabo del tiempo, datos que él no había introducido conscientemente en su texto. Así, cada lector introduce sus propios juegos intertextuales y sus conocimientos del autor y del texto (su historia de interpretaciones) para reconstruir un significado posible.

La traducción de textos se podría equiparar con la traducción de los nombres propios. Traducir significa transplantar aquello que por esencia aparece oculto (paradoja de la traducción). “Nombre propio” es todo texto. Traducir significa arrancar un nombre propio y situarlo en otro marco. De esta forma, los textos surgen como una necesidad de nombrar, de obtener una marca. Sin embargo, en el mismo acto de nombrar, el nombre propio se vuelve contra nosotros y pierde la mayor parte de su significado. Es algo tan viejo como el mito de Babel: creemos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra. No obstante, Dios no puede permitir que el hombre (al que ha dado el poder de nombrar) obtenga un nombre único, un nombre que (en su propio uso) se podría llegar a convertir en un subterfugio del hombre para suplantar a Dios.

El propio nombre propio de Dios es YHWH, nombre en esencia impronunciable, el innombrable de los judíos. Nos encontramos ante el nombre propio por excelencia, ante la referencia que no busca el referente sino un nombre propio que indique y señale por desplazamiento.

Así, Dios baja y confunde las lenguas y los labios para que haya discordia entre los hombres del mismo modo en que había creado una disputa eterna entre la mujer y la serpiente (tú le morderás el tobillo y ella te pisará la cabeza). Esta confusión supone, al mismo tiempo, la pérdida del Nombre Propio y la búsqueda de los nombres propios. Es decir, a partir de este momento (multitud de lenguas) los hombres intentarán nombrarse a través de sus palabras ya que han perdido el “nombre propio” que los hubiera podido llegar a nombrar: un ataque de celos divinos de “el-que-no-tiene-nombre” y que impone su voz (labios dispersos). El hombre-tras-Babel se ve condenado a la búsqueda de una fórmula que lo defina, una realidad lingüística con la que pueda expresarse la confusión de la que ha partido.

En definitiva, el nombre propio sitúa al traductor ante la disyuntiva del posibilismo o el relativismo en la traducción. Parece simple: ¿es posible traducir lo que aún no se ha expresado, lo que quizás nunca se llegue a expresar?; ¿es posible no traducir?; ¿cuál es el referente del nombre propio en la era post-Babel?; etc.

Esta necesidad de definir el nombre parece que impulsa al escritor a contar una y otra vez historias. Historias que no sólo intenten definir su propio nombre propio, sino que también se aproximen a lo nombres de países, historias, gentes, etc. Todo intenta buscar su nombre propio. Y el escritor es uno de esos individuos que se ha lanzado en una búsqueda incansable de “algo”. Especialmente el poeta es un individuo en busca de definición y, en la mayoría de los casos, cada uno de los nuevos poemas que salen de su mano no son más que reescrituras de otros poemas en busca de un nombre último. Sin embargo, la consecución del nombre propio supone un efecto más de la invisibilidad. El nombre propio produce un efecto transparente de referencia perfecta. No obstante, aunque en cierto modo (por la transparencia) los nombres propios fundamentan la traducción, esto no quiere decir que la traducción sea equivalente o fiel sino que, simplemente, es traducible.

4. Conclusiones

En el presente artículo hemos intentado revisar uno de los conceptos clave de la teoría de la traducción en los últimos años. Para ello, lo hemos puesto en relación con diversas teoría del lenguaje y con enfoques culturalistas de la traducción.

Uno de los principales objetivos de este artículo ha sido llevar el concepto de la “invisibilidad” del traductor hasta nuevos límites y hacerlo entrar en contacto con otros ámbitos para que por medio del roce surjan nuevas posibilidades. En nuestra crítica hemos intentado examinar dos implícitos que se ocultan tras la invisibilidad: la invisibilidad como una fuerza de control cultural y dominio entre culturas; y la invisibilidad como garante de una fidelidad a un significado último. En nuestro análisis de ambas afirmaciones recogidas en el concepto de invisibilidad y transparencia hemos intentado presentar una crítica de los presupuestos de la teoría de la traducción tradicional. De esta forma esperamos que el campo de la teoría se expanda más allá de las simples relaciones entre pares de textos, pares de lenguas, expresiones, etc.

De un modo similar, hemos hablado de la responsabilidad del traductor como individuo que busca una traducción posible entre traducciones posibles. Como ya hemos dicho esas traducciones posibles no sólo recogerán un sentido del original (si fuera posible) sino que además incorporarán los elementos (comentarios, citas, discusiones,…) que hayan surgido en torno a ese texto a lo largo de la historia (creándose por medio de la traducción un nuevo comentario).Dentro de esta última línea hemos intentado desarrollar brevemente algunas ideas sobre la responsabilidad del traductor en relación con la responsabilidad del autor. Aunque en su libro Lawrence Venuti no lo señale, la invisibilidad también es una forma de evitar las responsabilidades de la traducción. De esta manera, el traductor se enfrenta a la traducción de una forma diferente: por una parte, puede liberarse en su tarea ya que su nombre no aparecerá en la página junto a su traducción (evidentemente se arriesga a cometer errores); por otra parte, puede ejercer el juego de la diferencia con el texto y proyectar estas diferencias en el texto traducido. Es probable que, según la nomenclatura de Venuti, tengamos que llamar a este procedimiento “invisibilidad visible”. Al no aparecer el nombre del traductor al pie de la página, éste se puede sentir más audaz y jugar tanto con el original como con la traducción. De esta forma podríamos llegar a un producto final similar al que obtuvo I. U. Tarchetti al verter al italiano un texto de Mary Shelley (cf. Venuti 1992 y 1995). Como explica Venuti, Tarchetti recurrió a la visibilidad total ya que eliminó completamente la autoría original y publicó un texto traducido como propio. Sin embargo, también existe la posibilidad contraria: es decir, el autor original publica su texto como traducción ya sea para escapar de la censura y protegerse, ya sea para apoyar las ideas expresadas en su texto mediante el recurso a una fuente que no existe o que se ha perdido.

Esta posibilidad de “invisibilidad visible” apenas ha sido analizada en los estudios sobre traducción (Lefevere, 1992).  Sin ninguna duda supone uno de los campos más interesantes dentro de los estudios sobre traducción ya que representa no sólo una análisis de los textos desde el punto de vista de la traducción, sino también de la crítica literaria, la teoría de la literatura, la edición, el marketing, etc.




[i] Jacques Derrida, Khora en “On the name”, de. Jacques Dutoit, Meridian: Crossing Aesthetics, Stanford Univeristy Press, Stanford, 1995, pag 93.

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